"He cruzado océanos de tiempo para encontrarte" . La novia de Drácula es mi amor platónico eterno.

 

Como fanático de las películas de terror confieso que tenía una gran expectativa cuando fui a ver “Drácula” de Bram Stoker, dirigida por Francis Ford Coppola y protagonizada por Gary Oldman, Winona Ryder, Keanu Reeves y Antony Hopkins. 

 

Esperaba que los cambios fisiológicos que nos produce a los amantes de este género, como la liberación de adrenalina, el erizado de vellos, el aumento de la temperatura corporal y la palpitación súbita producto de una escena, fueran particularmente elevados en este film.

 

Y es que estamos hablando de la historia de Vlad Tepes, el famoso Conde Drácula quien se va a pelear a la guerra y en su ausencia, su novia Elisabeta -creyéndolo muerto en la batalla- se suicida. Como la Iglesia se niega a salvar su alma, Vlad se rebela contra ella, jurando caminar por la eternidad tomando la sangre de los humanos. Pasan 200 años y Vlad encuentra en Londres a Mina Harker, una joven que es la imagen viva de su novia suicida, así que decide conquistarla.

Lo cierto es que las dosis de adrenalina que esperaba obtener al ver al conde Drácula clavando sus colmillos en sus víctimas, fue sustituida por la dopamina que me produjo el hipnotizante rostro de Mina Harke.  En vez de tener miedo, ansiedad y angustia, encontré euforia, palpitaciones, obsesión y mariposas en el estómago, como si estuviera viendo una película cursi de amor. 

 

Bueno, al final esta magistral película de Coppola es una historia trágica de amor.  Y a pesar de la condena, de la conversión de Vlad Tepes como príncipe de la oscuridad y su culto al demonio, su amor por Mina se mantuvo intacto, siendo este despecho eterno por la pérdida de su amada, el motor que lo hizo salir de los dominios de su castillo en Transilvania para ir a Londres a reencontrarla. Es la historia de un verdadero amor eterno. Una obra maestra de culto, con una interpretación única de Gary Oldman, el mejor Drácula del cine después de Béla Lugosi según la crítica. Pero esta gran interpretación, así como la del resto del elenco fueron opacadas para mí por una actriz: Winona Ryder. 

 

Ya Winona Ryder empezaba a cautivarme desde que la vi como Lydia Deetz en Beetlejuice y Kim Boggs en Edward Scissorhands. Pero verla a los 19 años interpretando a Mina, una típica mujer victoriana, luciendo los trajes diseñados por ese genio de la costura japonesa llamada Eiko Ishioka, y que a la postre haría que la película se llevara el Oscar a mejor vestuario, pues fue absolutamente delirante. El estilo femenino victoriano siempre me cautivó y esos vestidos con forma de reloj de arena, donde se destacaba el busto y se usaban corses para ceñir la cintura, para mí son más sensuales que cualquier bikini revelador. 

Ver a Winona representando a Elisabeta, vestida de rojo sangre en las escenas con el Conde en la Transilvania del siglo XIV y luego vestida de verde esperanza, representando a Mina en el Londres del siglo XIX, fue un contraste magistral, además de ser una clara referencia   a la pintura de Gustave Klimt. Esa mágica paleta de colores fue montada en escena como una pintura gótica, resaltada por las sombras y grises propias de la película de terror. 

 

Winona representó perfectamente a la mujer europea del siglo XIX por ser de piel blanca, delgada y estilizada como ninguna. Era usual en esa época que las mujeres se aplicaran belladona en sus ojos para dilatar más la pupila y llamar así la atención, pero Winona no necesitó más belladona que la intensa belleza de sus ojos negros, destacando de inmediato al primer close-up.  

 

Como verán, este no es análisis de la película de Coppola, no voy a describir el guion ni el papel de Keanu Reeves, ni su pesadilla infernal que vivió durante su estancia en el castillo. Ni siquiera voy hablar del mejor Van Helsing del cine como lo fue Antony Hopkins. Este relato es una confesión de amor, del amor platónico que me produjo Winona Ryder.  La personificación de la pureza y fragilidad femenina no podía ser mejor representada. La alta carga erótica de la maestra Mina, en cada escena y dialogo, su fugaz beso lésbico con su amiga y confidente Lucy y toda su vorágine y confusión al verse atraída por aquel extraño Conde, que era sin saberlo su amor eterno condenado, y que al final bajo el peso de una espada y un beso ensangrentado, liberó de su maldición.

 

Drácula puede manipular las mentes de otros, y comandar animales a su voluntad, tales como roedores, murciélagos y lobos. Después de morderlos sus víctimas quedaban totalmente sometidas a su voluntad.

 

Pues la Mina Harke interpretada por Winona no necesitaba ser un vampiro y morder con sus colmillos a cualquier mortal para someterlo. Tan solo necesitó el poder de sus hermosos ojos negros para someterme idílica y platónicamente hasta hoy.

 


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